Joaquín Abad | Domingo 19 de agosto de 2018
Este murciano, al que conocí a comienzos de los años setenta cuando yo hacía prácticas en La Voz de Almería, siempre me cayó bien y fui su amigo a pesar de que en aquel tiempo la diferencia de edad, casi veinte años, era un inconveniente.
Fue contratado como periodista por la cadena Prensa y Radio del Movimiento desde Madrid, por lo que Donato León Tierno, el director del diario, lo aceptó casi como imposición desde arriba. Pero resultó ser un buen analista, crítico con el poder, lo que le permitía el sistema, claro.
Resultó que antes de periodista era fraile franciscano y como tal daba misas en su parroquia, en la ahora calle Jesús de Perceval, hasta que se enamoró de la sobrina de un importante constructor almeriense y dejó los hábitos. Tuvo un crío de esos que pretendía llevarse puesto el pijama de Superman para ir al cole... Lo que debió alegrarle la vida a este pensador, fino analista y muy buen músico. Tenía manos de ángel para el piano, al que hacía sonar como los grandes virtuosos cuyos discos escuchábamos para relajarnos.
Cuando Javier de la Rosa le regaló al PSOE La Voz de Almería, en el ochenta y cuatro, Antonio Fernández Gil fue asimilado a la administración pública, por lo que colaboró con La Crónica hasta que a finales del dos mil se cerró el diario con artículos de opinión que a veces molestaban, por lo que me daba la pauta de que tocaba el nervio de algún cacique local, y siempre lo apoyé.
Ahora me dicen que ha optado por ser cronista del más allá, donde todos iremos a descansar tarde o temprano. Lo que lamento, de verdad que lo lamento, es no haberle vuelto a ver desde que me marché de Almería en el 98. Las pocas veces que he vuelto a mi tierra siempre recordé al amigo Kayros, aunque ahora siento no haberle llamado para tomar café y que me contara los últimos chismes que se cocían por la tierra que le acogió hasta su marcha. Imagino que dentro de pocos años nos volveremos a ver, por supuesto.