OPINIÓN

Gris

28/02/2003

Joaquín Abad | Martes 10 de junio de 2014
No me explico qué le habrán hecho los miles, diría millones, de barceloneses a don Jordi Pujol para que los trate así.

Uno llega de la capital del reino, del Madrid de Carlos V, y al bajar al metro de Barcelona se da de narices con una tristeza impropia del siglo XXI. Me he encontrado una ciudad con fachadas limpias, boutiques y franquicias por todas partes, amplias aceras… Qué bien por los Juegos Olímpicos. Rejuvenecieron una ciudad anclada en el pasado y han recuperado el centro. Si antes los ciudadanos huían a la periferia, porque era más agradable vivir, ahora vuelven al centro. El centro que se ha hecho más habitable con continuas restauraciones y parques dignos.

Pero la bajada el metro barcelonés, en comparación con el de Madrid –sin ofender, vale- es que deprime. Deprime su tristeza. Sus estaciones mal iluminadas. Sus vagones pintados de tonos grises, austeros… Los túneles, larguísimos y fríos dan la sensación más bien de refugios ahora que se mastica la guerra con Irak. En este metro escasean las escaleras mecánicas, y al salir te humillan haciéndote pasar por jaulas de casi dos metros de altura… En fin, toda una depresión para el trabajador que se ve obligado a utilizar este medio de transporte todo el año.

A lo mejor es que don Jordi no cree en el Metro, y no invierte en el Metro, porque sus votantes, los de Convergencia, no son precisamente usuarios de ese medio de transporte. Y si lo adecenta, lo pinta de colores alegres y lo ilumina, beneficia al candidato rival Pascual Maragall. A lo mejor hay que esperar a que llegue al poder el candidato socialista para que termine de embellecer Barcelona. Para que le meta mano al suburbano.