26/03/2004
Joaquín Abad | Martes 10 de junio de 2014
A caso pensaban estos del pepé que se iban a marchar de rositas. Que les iba a permitir el rey moro, el traficante de hachís, Mohamed IV, que la humillación sufrida con Perejil que quedara sin respuesta…
Quienes conocen lo que pasa en Marruecos saben que nadie se mueve sin que lo sepan los servicios secretos al servicio de su majestad, el descendiente de Alá. Los marroquíes que han provocado la matanza en Madrid, dando un vuelco electoral sin precedentes, no lo hicieron al azar. La fecha elegida, el pago con hachís elaborado en las plantaciones de Ketama de la familia real alahuita, las características de la manera de actuar, sin inmolarse, huyendo como buenos moros tras dejar disimuladamente la mochila asesina, son características demasiado conocidas.
Que no. Que estos súbditos de Mohamend, aparte de cobardes, de pedigüeños, de ladrones, de traicioneros, son muy vengativos. Su padre, Hassán II aprovechó que Franco estaba moribundo para quedarse con el rico territorio sahariano. Ahora, el hijo del sifilítico no le ha perdonado a estos del pepé su posición en el referéndum atrasado por las zancadillas de Marruecos desde hace una veintena de años. No le perdonan a Aznar que haya dado permisos de prospección petrolífera frente a las Canarias –islas también pretendidas por el rey moro-.
Pero lo que más rencor le produjo al rey moro, fue el sonado ridículo internacional. La humillación de que los chicos de Trillo recuperaran Perejil sin pedirles permiso. De que el amigo americano esta vez estuviera de parte de España, y no como en los años setenta cuando la marcha verde, que este vástago pretendía repetir con Melilla y Ceuta tras Perejil.
La venganza del 11 de marzo le ha costado a Aznar no sólo el gobierno del pepé, sino también su salida por la puerta grande.
La verdad, si los chicos de Zapatero lo permiten, se sabrá pronto. Los árabes, que no los moros, tienen otro estilo. ¿Vale?