20/07/2012
Joaquín Abad | Martes 10 de junio de 2014
Estamos acostumbrados, desde que empezó la democracia del 76, que los políticos desconocidos llegaban al cargo más pobres que un maestro y cuando salían compraban coches de lujo, chalets, pisos, fincas...
Y claro, como hay poco periodista que investiga, o editor que le interesa publicar ese enriquecimiento sospechoso, pues nunca ha pasado nada. Pero aquí se pasea en yate un ex-presidente Felipe González, asalariado del mexicano más rico del mundo, y nadie pregunta.
El último en salir, Rodríguez Zapatero, que sólo se le conoció salario como parlamentario puede permitirse mansión junto a los ricos sin que nadie pregunte ni se extrañe. Tras ocho años, a lo mejor lo ahorrado en Moncloa le permiten un nivel de vida y unas inversiones que pueden ser fruto de alguna herencia de su abuelo el rojo, quien sabe.
Lo que parece ya demasiado sospechoso es el enriquecimiento del que fue ministro de defensa con Zapatero y luego Presidente de la Cámara Baja. El señor Bono parece tocado de la mano de Dios. Y después de sus amistades con el Pocero y demás constructores se levanta un patrimonio inmobiliario hiper millonario sin que la simple sospecha sea investigada como corresponde. Lo normal es que quien salga de la política lo haga poco menos que como entró.
Y el señor Bono no es de esos, claro. Como los Kirchner, que multiplicaron por cien sus bienes en la Patagonia argentina mientras ejercieron la presidencia de la nación. Y cuando un juez osó indagar si existía enriquecimiento ilícito, van y lo cesan. Como está mandado.
Es una lástima, pero esta España de nuevos ricos políticos se parece cada vez más a la querida y llorada Argentina, donde como aquí el poder se mantiene gracias a millones de subvencionados, de subvenciones a sindicados y al voto cautivo de los piqueteros.