16/11/2012
Joaquín Abad | Martes 10 de junio de 2014
Me ha tocado, por razones profesionales, estar unos días en Barcelona recorriendo la ciudad y utilizando las lineas de Metro continuamente.
Enseguida noté algo raro tras pasar de un tren a otro para los transbordos, un horror para quien no esté acostumbrado. Así como en el metro de Madrid te topas con un montón de viajeros que leen libros en dispositivos electrónicas e iPad, en los de Barcelona no vi uno solo. Ni un sólo viajero, en los varios días que estuve circulando, leía en tableta. Hace años los catalanes eran pura innovación. Precisamente la aplicación para smartphones que hace mi empresa se desarrolló a petición de un editor catalán a comienzos del dos mil. Ante su insistencia, ya que yo le argumentaba que éramos muy pocos los que utilizábamos ese chisme, fuimos pioneros en trabajar para dispositivos móviles. El tiempo demostró que el editor catalán estaba en lo cierto y había olfateado correctamente la tendencia.
Otra curiosidad que me llamó terriblemente la atención es que en las avenidas principales me encontraba con cientos, habrá miles, claro, de bajos comerciales cerrados y con el cartel de en venta. La Barcelona próspera que conocí a comienzos de siglo se viene abajo. No entiendo en qué se ha gastado el dinero el gobierno de Cataluña, imagino que en embajadas, en televisiones públicas ruinosas, en pagarles a la Vanguardia y El Periódico para que silencien sus casos de corrupción, que son muchos, pero eso no crea riqueza. Está claro que la actitud de estos políticos ha arruinado a un país próspero que ahora tratan de ocultar llamando a la independencia para que los ciudadanos no se enteren de que durante años se han llevado dinero a cuentas de Suiza y que en cualquier momento salta el escándalo en la prensa de España, que no la de Cataluña, oiga.