Joaquín Abad | Jueves 11 de septiembre de 2014
Llevo un montón de años, más de treinta, observando como la prensa en España está amordazada. De la televisión, mejor no hablar. Es una verdadera caja tonta donde los programas de mal gusto, dirigidos por tertulianos ordinarios que se regodean en miserias que la verdad sólo interesan a sus protagonistas, pero que, a lo que parece, bate récord de audiencia.
Por cierto, una audiencia que no busca formarse, ni informarse, sino entretenerse. Al poder político parece que le interesa que la masa siga esos programas, se enganche en esa basura, y así ellos, sus corrupciones, sus robos, sus manejos, pasan desapercibidos a esa masa, de millones, que se interesan por unos programas que insultan al buen gusto. Antes se decía que la religión era el opio del pueblo, y que si no existiera habría que inventarla. En el siglo XXI el opio del pueblo es la televisión que los sucesivos gobiernos permiten.
Pero lo de la prensa, periódicos y revistas que en su día se distinguieron por obligar a la transparencia y que con sus informaciones, sus investigaciones, sus artículos de opinión hicieron posible la llegada de la democracia a España, ahora están mudos. Mudos porque los editores descubrieron que apoyando al poder se vivía mejor. Descubrieron que publicando lo que le interesaba que publicara el poder, los políticos, los empresarios corruptos, los banqueros ladrones, vivían mejor. Vamos que pisaron moqueta y descubrieron eso de viajar en coche oficial con chófer, etc.
Están mudos. Los más sonados escándalos, por ejemplo del anterior Rey Juan Carlos, nos enterábamos porque eran portada de revistas italianas. Así vimos al entonces Rey en pelota picada en un yate con su amante de turno gracias a la revista Oggi. Se publicó que la fortuna de Juan Carlos era multi mil millonaria gracias al New York Times. Y ahora es La Reppublica, también de Italia, quien nos descubre lo del divorcio de Juan Carlos y Sofía. Y si nos referimos a como los banqueros, el fallecido Emilio Botín el primero, han robado a sus clientes a manos llenas y han comprado voluntades judiciales, políticas y empresariales, pues lo justo, claro. No hay que molestar al poder. Y si molesta, como Pedro J. Ramírez, entrevistando a la última amante de Juan Carlos, o al sistema de corrupción del Partido Popular, pues ya saben. Se llama a los editores y se pide la cabeza del susodicho en bandeja de plata. Y los demás, los demás directores de medios, que aprendan la lección.
Si, ahora, en plena crisis de credibilidad de la prensa, agoniza, porque la gallina de los huevos de oro, la publicidad que antes nutría generosamente las principales ediciones nacionales, ha huido a internet. Y controlar una docena de medios es posible. Incluso unos cuantos más, pues también. Pero en internet hay miles de medios que no tienen por qué plegarse al poder. Hay miles de medios que, entre todos, están sustituyendo a los viejos dinosaurios del papel que ahora están en manos del Santander, de Caixa, y pendiente de los dineros que generosamente se reparte desde Moncloa.
La prensa está amordazada. La del papel. La de internet puede salvar la libertad de expresión. Por eso quieren legislar para controlarla también. No lo lograrán. Como se suele decir, no se pueden poner puertas al campo.