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El último viaje de Emilio García Merás

02/11/2003

Por Joaquín Abad
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martes 10 de junio de 2014, 12:58h
Hoy debería ser para mí un día triste. Trato de recordar alguna etapa como periodista y en todas te encuentro.
En el Arriba, si, antes de la muerte de Franco, cuando daba igual escribir en el diario portavoz del Movimiento Nacional que en el Ya de la Conferencia Episcopal. Todos decían prácticamente lo mismo y nosotros, recuerdas, sólo necesitábamos una redacción abierta donde nos dejaran hacer esos reportajes y entrevistas que no leíamos porque nadie tenía ganas de trabajar los temas que se salían de la rutina, de la nota oficial. Encontramos acomodo de nuestras inquietudes en el Arriba, por pura casualidad. No de nuestras inquietudes políticas. Siempre pasamos de los políticos que por los años setenta todos, desde Suárez a … vivían de la nómina institucional y viajaban en coche oficial. Nos gustaba viajar, investigar, meternos a husmear cualquier tema que nos sugería el olfato de Pedro Rodríguez. ¿Recuerdas? Por aquellos reportajes la secretaria del jefe, Conchita, nos pagaba una miseria. Pero no nos importaba. Teníamos los gastos básicos cubiertos y la vocación nos rebosaba a caudales. Los jefes, los directores, nos observaban y nos enviaban a cubrir una y otra vez los temas trabajosos, los sucesos, lo desagradable. A las recepciones oficiales, a las invitaciones y a las comodidades acudían otros.

Pasaban los años y después de pasar por las redacciones de Personas, de El Alcázar, de Servicio, Gaceta de los Negocios, Dinero, te encontré en un despacho de ocho metros dirigiendo tu propia revista. Economía y Turismo te hizo recorrer el mundo. No parabas de viajar. Viajes a otros países, a otros continentes… Probaste las nuevas tecnologías y pusiste redturismo.net en el ciberespacio… El año pasado volví a encontrarte. Esta vez en el proyecto de un diario en el norte de Madrid. Como siempre, manejando los titulares, los pies de foto, corrigiendo los reportajes de tus redactores… Te movías como pez en el agua. Para todo tenías respuesta y todo tenía solución para ti. ¡Ah! Y todo antes de la hora del cierre. Ya no enviabas los originales a la imprenta en aquellos tubos neumáticos que recorrían todo el edificio, utilizabas el FTP. Te habías adaptado milagrosamente a las nuevas tecnologías y manejabas el ordenador como si hubiera sido tu herramienta de toda la vida. Yo que te conocí aporreando la maldita Olivetti…
Ayer, domingo, saliste de viaje. Te fuiste a ese lugar, a ese que todos decimos que alguna vez iremos, sin despedirte. Llegué a las doce del mediodía. Sí, ya lo se, un poco tarde. Por media hora no pude despedirme del amigo con el que tanto compartí. Con el que tanto aprendí…
Espero que ese viaje sea el más maravilloso de todos. Escribe y fotografía todo lo que encuentres y déjalo en el ciberespacio. Seguro que me llegará.
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