Corrupción
20/06/2003
martes 10 de junio de 2014, 12:58h
Confieso que un servidor no supo de corrupción política hasta que llegaron los del pesoe al poder por el año ochenta y dos. Hasta entonces los sucesivos gobiernos de la ucedé de Suárez, de Calvo Sotelo, se la cogían con papel de fumar.
Y ante cualquier sospecha, por muy ligera que fuera, dejaban en la cuneta, tirado, sin más explicaciones, al presunto.
En varias ocasiones me tocó investigar, profesionalmente, asuntos cercanos a políticos en el ejercicio del poder. Como auténtico perro sabueso recorrí algunos kilómetros y nada de nada o poco de nada. Sólo hallé asuntos de faldas de políticos en el poder, algún hijo ilegítimo, y fiestas varias con putitas caras. Algún gerente provincial de la ucedé que se esnifaba para justificar el agotamiento en época electoral y poco más. Del asunto Naseiro, recordarán, ya dio buena cuenta el joven Ruiz Gallardón, dictaminando que no había más que exceso de celo de un juez de instrucción de provincias…
Y fue allá por el año ochenta y tantos, con los guerristas prietas las filas, que me choqué con un antiguo compañero de correrías estudiantiles, alto cargo del Urbanismo en la Junta de Andalucía, que se pasaba el ejercicio viajando en avión acompañando al constructor-promotor de turno hasta Ferraz para la entrega del maletín.
Recuerdo que un promotor constructor, importante, claro, en una asamblea de empresarios, me confesaba con satisfacción que “por fin, estos chicos del pesoe habían tarifado la corrupción”. Y claro, antes, con los de la ucedé, no paraban de hacer presentes y aquello no funcionaba… Ahora, en cambio, todo estaba claro. Sabían cuanto tenían que pagar y a quien. Eran los tiempos de Javier de la Rosa, de Marcos Eguizábal… Donde determinados empresarios engordaban a ciertos políticos, con todo descaro, a cambio de favores, con todo descaro, y todos lo sabíamos. Y no pasaba nada. Y, con todo descaro, seguía sin pasar nada hasta que aquello fue demasiado gordo y empezaron a caer cabezas. No precisamente por dimisiones, sino porque el juez de turno empezó a poner a la sombra a directores generales, autoridades del Banco de España, del ministerio del Interior, exministros…
Ahora, cuando los de la pancarta, Llamazares y Zapatero, tratan de echarle el muerto de las ausencias, de las fugas de Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, sus propios candidatos, a los del pepé, descubriendo tramas secretas con la mafia del ladrillo como fondo, sólo se me ocurre recordar que yo no conocí casos de corrupción hasta la llegada de Felipe González a la Moncloa. En época de don Adolfo alguno debió haber, pero quien de verdad se anegó en mil y un casos de corrupción fueron éstos del pesoe que ahora se querellan porque Simancas no ha podido ser presidente de la C.A.M., mientras la Federación Socialista Madrileña se convierte en sospechosa de intereses inmobiliarios y gestos inconfesables.
Lo dicho, para un servidor, la corrupción la inventaron los descamisados, que diría el lenguaraz de Alfonso Guerra.