Que sí. Que los he visto temblar. Los he visto dudar. Los he visto sudar… Los he observado mientras el mafioso de turno se chuleaba delante de sus narices…
Habría que meterse en la piel de los miembros de la sala de vacaciones del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco para entender cómo ante la inocente solicitud de una manifestación de simpatizantes de Eta, a pesar de la negativa de la consejería de Interior del gobierno vasco, los magistrados del norte han optado por enmendar la plana al gobierno y permitir la manifestación. Sabían, lo tenían claro, que tras Ainhoa Iñigo estaban los de siempre: Arnaldo Otegui y los proetarras.

La responsabilidad que cae sobre los jueces en determinados asuntos, sobre todo cuando se enfrentan a conocidos mafiosos, cuando se enfrentan a conocidos criminales, cuando han sido amenazados de muerte por jefes mafiosos que suelen cumplir sus promesas… Habría que meterse en el pellejo de esos jueces para temblar, para sufrir, para dudar, para volver llorando a casa y solicitar amparo a Consejo General del Poder Judicial, que lo máximo que hace es tramitar el traslado del magistrado a otra plaza.

Al fin y al cabo, un juez es un humano cualquiera, que ha estudiado Derecho, y tras un breve paso por la escuela judicial es destinado a un juzgado de instrucción. Es un humano como cualquier otro. Y el miedo, como decía un alto cargo socialista, es libre.