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Imágenes innecesarias

04/04/2003

Por Joaquín Abad
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martes 10 de junio de 2014, 12:58h
La crueldad de ciertas imágenes que últimamente nos vienen regalando los medios informativos, tanto escritos como audiovisuales, me resulta un tanto desagradable.
Entiendo que hay que satanizar a Bush. Y que todo lo que se relacione con la invasión de Irak por las tropas aliadas haya que jalearlo debidamente. Las encuestas dicen que la inmensa mayoría de los ciudadanos consultados están contra la guerra, contra las muertes de inocentes civiles… ¿Quién puede estar a favor de esas muertes? Pero de eso a meternos las imágenes, un día sí y otro también, de los cadáveres de niños, destrozados por los efectos de los continuos bombardeos, en las portadas de los llamados diarios serios, va un abismo.

Y no es que un servidor, que entre otras publicaciones ha sido director del famoso semanario El Caso, sea precisamente un sensiblero. Como reportero me tocó cubrir cientos de sucesos espantosos, como crímenes de Eta, accidentes como la explosión de un colegio en Ortuella, donde murieron decenas de niños, el choque de dos aviones Jumbo en el aeropuerto de Los Rodeos, con quinientos cadáveres calcinados por las pistas… A los periódicos para los que cubría la información jamás se les ocurrió poner en portada las imágenes más desagradables. Se informaba de todo, pero se evitaba retorcerle el estómago al lector…
Mientras aprendía periodismo -nunca se termina de aprender en esta profesión-, los redactores jefes me indicaban que dejara lo desagradable para la letra, y tratara de poner imágenes guapas. Nunca me indicaron que no publicara las noticias retorcidas, simplemente que no llevara al escaparate, a la portada, las mutilaciones, las escenas desagradables. Para los lectores morbosos ya estaba El Caso.

Estos días me ruborizo. Mucho. Me ruborizo cada vez que veo el féretro de un niño mutilado por la guerra en la portada de los periódicos de información general. Me ruborizo porque hasta cuando fui director de El Caso trataba de dar una imagen cruda, pero no hacía saltar las lágrimas a los lectores sólo con la portada. El que quería historia, debía leer el interior si tenía estómago. Pero no en la portada, por favor.

Y del desayuno que nos ofrecen las televisiones nacionales, mejor no hablar.
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