Aznar no tiene quien le escriba
11/04/2003
martes 10 de junio de 2014, 12:58h
Y es que ya lo dijo Santiago Carrillo, cuando llegó con el peluquín de la mano de Teodulfo Lagunero, uno de los testaferros del bendecido Ceaucescu, cuando se le preguntó por qué el pecé no tenía periódicos: “Para qué necesito periódicos si tengo periodistas”, contestó el viejo zorro con la sorna que le caracteriza.
Pero se equivocó, porque los periodistas de la primera transición no eran del pecé, sino del pesoe de Felipe González y de Alfonso Guerra. Y éstos, además de contar con un ejército de periodistas que jaleaban continuamente las propuestas de la oposición y maltrataban sin misericordia al entonces presidente de la ucedé, Adolfo Suárez, también tenían periódicos. Algunos con rotativas regalo de sus colegas los socialistas franceses, como la que llegó procedente del vecino país al “Diario de Granada”, donativo del entonces presidente galo amigo y compañero de excursiones de Felipe González en el Coto de Doñana. Una Gazette de tres cuerpos que tras el cierre del periódico se malvendió por cuatro duros a la empresa editora de “El Telegrama de Melilla”.
Porque la izquierda siempre tuvo más medios informativos y más periodistas simpatizantes que la derecha, que por soberbia y ceguera nunca supo sacar a flote un grupo de comunicación afín.
Estos días, a cuenta de la guerra de Iraq, que se las prometía de meses y sólo ha durado tres semanas, lo hemos comprobado. La prensa, los periodistas, en general, se han cebado en ofrecer la cara desagradable de la contienda, portadas y telediarios con las muertes de civiles. Los discursos y consignas de Sadam tenían mayor credibilidad para los corresponsales que las de los aliados, que a fuerza de escuchar a los líderes Llamazares, Zapatero y a los sindicalistas parecía que la opinión general estaba a favor del dictador…
La herida abierta, la distancia tan abismal entre lo que quieren que creamos a lo que en realidad creemos va a tardar años en cicatrizarse. Durante meses hemos sido bombardeados con consignas, nos hemos manifestado por intereses partidistas y hemos desayunado con portadas manipuladas. El fin de la guerra, breve aunque con muchas muertes de civiles, demasiadas, ya ha cogido con el paso cambiado a los de la pancarta y me temo que para el 25 de mayo la masa se haya olvidado de las consignas y Llamazares vuelva a la semiclandestinidad como antes del conflicto. Zapatero deberá dar muchas explicaciones y a lo mejor Aznar, con el reparto del botín que le ha tocado en la reconstrucción de Iraq logre alguna paz mediática que nunca supo granjearse.
En el tercer milenio, hemos comprobado, las guerras se ven en directo. La electrónica juega un papel fundamental y ya no se gana por el número de soldados dispuestos a morir, sino por la calidad y precisión de los artilugios inteligentes que revientan los palacios sin que suenen las alarmas. Ahora vemos en directo, en la tele, el asalto, el ataque y el pillaje de los propios ciudadanos que vencidos arrasan todo lo que encuentran a su paso.
El fin de la guerra –prácticamente terminada- se ha enturbiado por la muerte de los periodistas que ingenuamente creían estar a salvo en el hotel Pelestina, donde también vivía el ministro iraquí que diariamente ofrecía ruedas e prensa a los reporteros y les facilitaba el recorrido turístico para que filmaran los horrores y las consecuencias del bombardeo aliado la noche anterior.