Cuando en Nueva York, en la sede de la ONU se le ocurrió aquello de que ese lugar olía a azufre, vamos, olía el paso del demonio personificado en George W. Bush, nos echamos las manos a la cabeza. Enseguida se nos pasó por la mente cómo es que un país tan poderoso como los Estados Unidos de América y su servicio secreto no tenían manera de frenar los insultos de tamaño personaje. Los rusos, por menos, contagian con plutonio radiactivo a su espía traidor y se fuman un puro mientras la opinión arremete y grita en el silencio de la opinión mediatizada por esa izquierda que le consiente todo a dictadores tiranos.

Vamos que eso de las dos varas de medir de los medios escritos y no escritos está más que demostrado.

Pues bien, luego vino la enfermedad de Castro, su retirada, y otras enfermedades que en verdad están afectando a molestos jefes de gobiernos americanos.

Desconozco si tras los brotes cancerígenos está la CIA o algún que otro servicio secreto americano. La teoría parece de risa, pero sí que la historia está llena de envenenamientos a los molestos. Antes con la cicuta, como en el Vaticano. Las técnicas parecen han mejorado en muchas cosas. Quizá también en los sistemas de envenenamiento…